Todo apunta a que finalmente todos los comerciantes podrán abrir los 365 días del año, las 24 horas al día. No interesa ni quien eres, ni a que te dedicas, si tienes posibilidades o no o si eres grande o pequeño, si quieres abres y sino cierras. Eso sí, no olvides, que ahí fuera los grandes siempre abren. Si quieres competir, si no quieres quedarte atrás y estar a la altura, tú sabrás como te las arreglas, pero abre.
Hasta ahora hemos podido conocer opiniones a favor y en contra de dicha medida, eso sí , todas ellas desde el punto de vista económico, de una crisis que aprieta tanto que nos ha hecho creer a todos , que hoy sólo importa el coste-beneficio de las cosas.
No les voy a negar que todo esto me da miedo. Miedo de pensar que estamos formando una sociedad que sólo da valor a lo económico y que emite todos y cada uno de sus juicios basándose exclusivamente en si las cosas son o no rentables. Es un tema que va más allá, se trata de personas como usted y como yo. Al asomarme por la ventana no veo más que meros hombres inmersos en el bucle, puro y duro, del capitalismo. ¿Se acuerdan de Adam Smith? ¿Aquel economista que sustentaba todas las bases de una sociedad, ideología, política, sobre un único pilar: la producción? No se ustedes, pero yo tengo la sensación de que España comienza a cumplir esta teoría a la perfección.
No es casualidad que mi columna haya empezado con la palabra comerciantes que no comercios, porque aquí, hoy, les quiero hablar de personas. Ningún estudio puede captar la realidad de cada persona, de cada familia que hay detrás de un comercio. Y es que el tema sobre la libertad de horarios se trate de un tema de principios, de base.
Parece mentira que los españoles, y sus políticos nos hayamos olvidado de valores, que mirando atrás nos hicieron grandes. Les hablo del valor de la familia, uno de los motores indiscutibles de la sociedad. Por eso, yo, me niego a aplaudir una medida que sólo piensa en variables puras y duras: consumo, producción… y reivindico el derecho de que todos los miembros de una familia puedan pasar una de esas tardes de parchis, “tocado” y “hundido”… o simplemente tardes de conversaciones que unen, que suman y que son realmente importantes para nosotros, para los que creemos en la familia, sin tener que jugarse el pan. Y es que, todavía hoy, hay algunos que no vivimos para trabajar.
No soy comerciante, pero si lo fuera, les podría asegurar que mi vida no abriría los domingos. Tal vez no sería competitiva ahí fuera pero en mi interior les puedo asegurar que sería una ganadora nata. Porque nunca olviden que más allá del dinero esta la intimidad, los valores, la esencia de cada uno de nosotros.